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Crónica Bilbao BBK Live

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Con un tsunami festivalero de hasta cinco eventos descomunales repartidos por la Península en un fin de semana, este lunes va a ser complicado encontrar a alguien en la oficina que no arrastre un poco de resaca y un ligero dolor de piernas. Y, para confirmar que ha habido vida más allá de ese desastroso festival del que todo el mundo está hablando, venimos con un relato mucho más amable: el del Bilbao BBK Live. Un festival que, probablemente, quede en el recuerdo de muchos de sus asistentes con un enorme letrero de “de la que nos libramos” pero que, en realidad, ha sido un evento enormemente disfrutable por méritos propios.

Escenario principal

El buen gusto, y no el efectismo, es lo que ha marcado la selección de nombres de la edición 2018 del Bilbao BBK Live. Los tres cabezas de cartel eran apuestas seguras, y cumplieron. Florence + The Machine ofrecieron uno de ya tantos shows en los que Florence Welch se presenta a sí misma como sacerdotisa de algún tipo de religión cuyo nombre todavía nadie nos ha comunicado. Da lo mismo: la tía vuela sobre el escenario, consigue que miles de millennials apaguen el móvil durante un par de minutos y emociona con esa mezcla de timidez, exuberancia lírica y presencia física. Su set contó con un sentido homenaje a Patti Smith, una presencia todavía prominente de su disco de debut y sus nuevos temas que, con apenas dos semanas de rodaje, pusieron a la entregada chavalada del revés.

“Florence Welch se presenta a sí misma como sacerdotisa de algún tipo de religión cuyo nombre todavía nadie nos ha comunicado”

Tal vez el cabeza de cartel menos celebrado fueron The XX, cuyo concierto se desarrolló bajo una lluvia persistente y, encima, con media hora de retraso. El trío de Londres ha conseguido armar un espectáculo versátil, energético y plagado de puntos emocionales pero que funciona tan bien que ya no cambian. Cualquiera que los viera el año pasado, presenció esta vez un concierto idéntico, incluso con las mismas interpelaciones al público. Es un show hermoso que cualquier fan disfruta sin reservas. Pero todavía deposita demasiado peso en temas que, como Crystalized o Islands, ya casi tienen diez años. Les toca ir renovando un poco.

Florence Welch fotografiada por Oscar Tejeda. Cortesía de la organización del BBK

El mayor volumen de espectadores los reunieron la noche del sábado entre Gorillaz y Noel Gallagher. Los primeros cautivaron a una chavalada exaltadísima a base de monigotes, psicodelia, arengas de Damon Albarn y un set larguísimo. El segundo levanta coros y desmadre general allá por donde va. Su set arrancó con una ya considerable batería de temas propios bien conocidos que, como Holy Mountain, funcionan a la perfección; para luego quedarse en la cómoda balsa de aceite que son los himnos de Oasis, como Wonderwall o Don’t Look Back In Anger. Nada nuevo bajo el sol, pero todo el mundo contento.

“The XX han conseguido armar un espectáculo versátil, energético y plagado de puntos emocionales pero que funciona tan bien que ya no cambian”

Fuera del escenario principal hubo un par de intervenciones tan legendarias como memorables que se deben destacar. Ambas tuvieron lugar en la jornada del viernes. En primer lugar, la de My Bloody Valentine, que elaboraron un concierto que hizo temblar el suelo durante una hora. Sin despeinarse con con la atronadora batería de Colm Ó Cíosóig por bandera, los irlandeses firmaron uno de los mejores conciertos del BBK. Llegaron a marcarse un tema nuevo pero vieron como su tremebundo final fue truncado, no está claro si por un fallo técnico o porque desde la organización se consideró que habían agotado su tiempo.

David Byrne fotografiado por Tom Hagen. Cortesía de la organización del BBK

Y no fue suyo el mejor concierto del festival, porque probablemente ese título recaiga en David Byrne. El estadounidense, que ya venía de desencajar varias mandíbulas en Madrid, desplegó su lynchiano espectáculo bajo una incómoda lluvia y a horas intempestivas (tal vez ponerlo un pelín antes no habría hecho daño a nadie), pero ello no restó ni un ápice de fuerza ni de belleza al delicado show del ex talking head. Da gusto poder disfrutar en un festival como este de una propuesta tan original y plagada de talento diverso y con un afán paritario. Una lástima que tan gran concierto coincidiera con el fiestón que estaban montando Meute en el Thunder Bitch.

Descubrimientos y reencuentros

Pero en los siete escenarios con los que contaba esta edición del BBK había donde elegir. De las sorpresas, probablemente la más sonada fue el conciertazo que se marcó Childish Gambino en las primeras horas del festival. El acierto de la organización a la hora de llevarse el gato al agua con quien, sin duda, va a ser uno de los artistas del 2018, ha sido inmenso. Su espectáculo fue tan potente como divertido. Con unas dosis de épica y entrega por parte de su protagonista que lo hicieron hipnótico, incluso para quien no acabe de conectar con este soul psicodélico que practica. Más tarde los colombianos Bomba Estéreo cogieron, mediante su cumbia enloquecida, el testigo de poner a grandes cantidades de gente a bailar como posesos.

Carolina Durante fotografiados por Tom Hagen. Cortesía de la organización del BBK

También el jueves Alt-J colapsaron su escenario y Cigarettes After Sex desplegaron su pausado y atípico romanticismos. Aunque fue mucho más interesante la psicodelia aflamencada de Quentin Gas & Los Zíngaros en el pequeño escenario Firestone. El mismo escenario que el viernes casi se viene abajo con la bulliciosa actuación de Carolina Durante, que congregó a una atípica y gamberra multitud que acabó invadiendo las tablas al grito de “Todos mis amigos se llaman Cayetano”. Se coreó “escenario principal” para ellos aunque, sinceramente, dudo que en un escenario grande la fiesta que se monta en torno a ellos fuera tan divertida.

“El acierto de la organización a la hora de llevarse el gato al agua con quien, sin duda, va a ser uno de los artistas del 2018, ha sido inmenso”

El viernes también destacó el animado concierto de los londinenses Anteros en la carpa Gora!. Capitaneados por un Laura Hayden que acabó subiendo a varias chicas del público a bailar al escenario, montaron un show de rock alternativo ameno y eficaz. Muy parecidos en planteamiento y resultados fueron, en el mismo sitio a la tarde siguiente, los también británicos Yonaka. Bandas de corte vitalista que, en el caso de Yonaka, añaden incluso pinceladas metaleras a sus energéticas propuestas de indie y dream pop electrificado. Antes de ellos, los donostiarras Pet Fenec completaron un set de optimista rock indie bastante disfrutable.

Anteros fotografiados por Oscar Tejeda. Cortesía de la organización del BBK

Mientras se llenaba el recinto para la noche del sábado, el londinense Benjamin Clementine ofreció uno de los conciertos más originales que vio el escenario principal. Voz, experimentación, piano y una energía prácticamente inagotable se combinaron en un show que dejó a la pequeña multitud que se congregó frente al escenario bastante boquiabierta. Las constantes arengas en spanglish e incluso su alegato a favor de la “libertad” de Cataluña fueron recibidas con más ternura que otra cosa. Poco después James congregaban a una audiencia inesperadamente juvenil para repasar viejos y nuevos éxitos, aunque los segundos no siempre consiguieron calar. Poco importa cuando se cuenta con un cantante con el carisma de Tim Booth para una banda con la riqueza instrumental de la que hacen gala los de Manchester. Se dejaron Tomorrow pero dio igual.

“Carolina Durante congregaron a una atípica y gamberra multitud que acabó invadiendo las tablas al grito de “Todos mis amigos se llaman Cayetano””

Aunque para muchos el tramo final del BBK estuvo marcado por Gorillaz, la carpa Gora! acogió poco antes al dúo neoyorkino Fischerspooner en lo que fue una fiesta de electrónica subversión, baile, performance, temazos puros, euforia explosiva entre el público y, por qué no decirlo, mariconeo rico. La poderosísima imagen del incansable Casey Spooner (y del flexible bailarín que le acompañaba) es, sin duda, una de las que más recordaremos de este BBK. Por último, Ana Curra nos recordaba a los pocos irreductibles a los que Gorillaz no nos parecían tan importantes la importancia del punk como furioso medio de expresión artística. Quiero Ser Santa, Autosuficiencia y Un Día en Texas se corearon a grito pelao en un show potente e imprescindible. Todos los días son buenos para recordar a Parálisis Permanente.

Fisherspooner fotografiados por Jordi Vidal. Cortesía de la organización del BBK

Basoa y Lasai

Uno de los aspectos más disfrutables de las últimas ediciones del BBK es el Basoa: la no-carpa electrónica, en la que uno de los bosquecitos del monte Kobeta se aprovecha como bucólico emplazamiento para el baile, las luces de colores o el mero disfrute del entorno. A este “escenario” se le ha sumado este año Lasai, un espacio algo más pequeño reservado para la música electrónica a menos de 100 beats por minuto ubicado en uno de los extremos del recinto desde el cual se podía disfrutar de una bellísima vista de la ciudad de Bilbao. Romy de The XX se encargó de inaugurar Lasai con una espectacular puesta de sol sobre la Ría del Nervión. Su sesión fue un despliegue de buen gusto que marcó la tónica de uno de los rincones más disfrutables de este BBK.

Organización

Por último, dediquemos unas líneas a poner nota a los aspectos extramusicales de este BBK. La experiencia festivalera ha sido, salvo fallos puntuales, estupenda. Lejos queda el caos generalizado que caracterizó a ediciones muy masivas de este festival hace años. Hay que reconocer que la falta de previsión en cuanto a número de autobuses lanzadera desde el BEC nos arruinó parte de la tarde del jueves a algunos, al hacernos esperar más de una hora para llegar al Kobeta. Pero fue la única ocasión en la que subir hasta allí fue complicado, lento o multitudinario: el servicio de autobuses de conectaban el festival con el centro de Bilbao funcionó veloz y con una frecuencia intachable. Todo este servicio estaba incluido en el precio del abono, de manera que al no tener que andar validando ningún pase específico para acceder al autobús, todo el proceso se agilizaba. Bien pensado.

Vista desde el escenario Lasai durante la sesión de Romy

Una vez en el recinto, las instalaciones han estado a la altura del cartel y de la afluencia de público. La cantidad de urinarios fue adecuada en casi todo momento, con la excepción de las horas álgidas del sábado, en las que los baños de la zona del escenario principal estuvieron desbordados. El sistema de cashless, que se utilizaba para absolutamente todas las transacciones dentro del festival, funcionó casi sin incidencias, y recargar, aunque obligaba a pasarse por una caseta para confirmar, era rápido y fácil. Tal vez los puestos de restauración fueron lo único que adoleció de algo de variedad, pero tampoco fue nada grave.

“Se queda uno con la sensación de haber disfrutado de un festival organizado con sabiduría y seleccionado con buen gusto”

Al final se queda uno con la sensación de haber disfrutado de un festival organizado con sabiduría y seleccionado con buen gusto. Detalles como las atípicas “carpas” de electrónica, que eran imanes por los que dejarse caer cuando uno no tuviera nada que ver en los escenarios convencionales, o las abundantes zonas verdes en las que sentarse y descansar marcan la diferencia con respecto a otros tantos festivales de similar categoría. Los problemas para acceder o las interminables colas para cualquier cosa dentro del recinto parecen, cada vez más, cosa del pasado.

El Bilbao BBK Live nos ha brindado tres días de buena música y perfecto disfrute. Los abonos para el 2019 ya están a la venta, y con un primer confirmado que ha puesto los dientes largos a muchos: Weezer.

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